En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento
Albert Einstein

Violencia doméstica: la responsabilidad de la víctima...

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Mami, ¡Por qué dejas entrar al gato?

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El video en YouTube...


Crisis matrimonial: Vanas intenciones...

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(sigue texto)


Hace tiempo que vive con ganas de llorar. Se siente impotente y poco a poco va percibiendo como su rendición ante la vida se va aproximando peligrosamente. El psiquiatra, las píldoras para dormir, las pastillas que deberían frenar su ansiedad, el yoga... ¿De qué le va a servir tanto hipotético remedio si aquello que pretende adormecer sigue empeñado en despertar? Puede seguir distrayendo sus impulsos soñadores, apaciguando sus ilusiones, pero, ¿cuánto tiempo podrá resistir? Su vida se le aparece como un oscuro callejón sin salida. En su valoración de sus posesiones se repite una y otra vez que no le falta nada, pero aquel instinto de supervivencia que nace en la fuente donde las emociones quieren emerger continúa afirmando que le falta todo. Su matrimonio no se parece en nada a lo que era, a lo que debería ser, a lo que ella siempre imaginó que sería. El diálogo que mantiene con su marido marca su línea de profundidad en la superficialidad de las cosas cotidianas. Él también parece desconcertado, asustado, y ella tiene la sensación de que cada día busca más sentirse protegido y seguro en su trabajo. Incluso diría que alguna vez ha buscado la despreocupación con pequeñas aventurillas sexuales con alguna compañera de su empresa. Pero solo diría, porque ahora mismo, aunque quisiera saber, no se atreve a preguntar. De momento prefiere contentarse con aquellos aperitivos, aquellos apretujones de tetas que de vez en cuando despiertan un apasionado acto sexual que, aunque sigue conllevando el extasiado goce, cada vez se asemeja menos a aquel añorado hacer el amor que en el relleno de su cuerpo sabía rellenar también su espíritu. Sus hijos tampoco parece que salgan ilesos del desequilibrio que en su madre aflora tan claramente. Perdidos en el miedo de la inseguridad se muestran inquietos, nerviosos, agresivos... A veces piensa que han establecido una celosa lucha por tener prioridad en la posesión de aquello que creen inalcanzable. El amor maternal es inmenso, eso no se puede poner en duda, pero su palpable tristeza y su sensible nerviosismo quizás lo convierte en menos sentido, en algo que con la borrosa niebla de una crisis de autoestima se va volviendo lejano y ansiosamente inalcanzable.
Hoy se siente especialmente aturdida. Le cuesta levantarse de la cama. Su marido marchó hace rato a comprar el diario y los niños siguen durmiendo. Hoy es fiesta y puede holgazanear tanto como le apetezca. Aunque debería empezar a preparar los desayunos decide dar otra oportunidad al tiempo perdido. Por la noche tuvo un sueño y no puede recordarlo. Pero fuera cual fuere, le ha dejado una apacible sensación. Siente ganas de meditar y se siente empujada a hacer algo en ella poco común. Quiere escribir. No sabe qué pero necesita escribir. En la mesita de noche, recuerda, hay una vieja libreta... Sí, allí está. ¿Habrá también algún lápiz? Sí... Y entonces ella, echada aún en su cama, decide gastar su pereza en aquello que le está apeteciendo muy mucho... Y escribe...




Siento que debo abrir ya la puerta de mis sentimientos y escribir. Tengo que sacar todo lo que tengo adentro y escribir. Dejaré que las palabras broten y no me voy a preocupar ni de las faltas ni de la estética de aquello que resulte, porque estoy convencida de que si consigo usar la tinta de mis verdaderas emociones, las letras se unirán con los acordes de mi esencia y solo podrán componer bellas canciones. Buscaré una estrella que me proteja y aprenderé a hablar con ella. Descubriré de nuevo la belleza del cielo y de la Tierra y abriré mis sentidos para poder percibir otra vez aquellos olores, aquellos sonidos, aquellas caricias que algún día me emocionaron. Buscaré una música, una melodía que sepa acunar mi alma, que consiga despertar mis anhelos y la escucharé tantas veces como sea necesario, como quiera... La haré mía y utilizaré sus notas, su hermandad, para levantarme la moral. Aprenderé a mirarme en los ojos de mis hijos y podré comprobar, seguro, que en verdad soy aquella maravillosa mujer que siempre quise ser. Contemplaré entusiasmada cada día la excelencia de mis frutos y descubriré cuan importante y grandiosa llego a ser. Debo volver a buscarme en el espejo mirándome directamente a los ojos. En ellos debe aparecer la magia que me hace única y preciosa: mis recuerdos, mi dulzura, mi fuerza interior, mis sueños y mis ansias de amar y ser amada, mi inseguridad y mi inocencia, mi particular sensibilidad...
Soy especial y ello me hace hermosa, muy hermosa... Mis cabellos, mi piel, mi rostro, mi espalda... todo mi cuerpo, incluidas aquellas imperfecciones que la moda de turno me obligó a detestar, todo es una prolongación de esa encantadora persona que seguro se esconde en mí. La recuperaré y, no voy a dudarlo, para mí y para todos aquellos que me conozcan y me quieran volveré a ser bella, muy bella. Lucharé sin rendirme nunca para recuperar todos aquellos equilibrios que mi familia requiere. Para mis hijos eso va a ser esencial, pues todo aquello de bueno que hoy pueda darles compondrá una gran parte del equipaje que el día de mañana contribuirá a marcar su destino. No voy a negarme más la rabia, no disfrazaré mis rencores de mentiras. Aceptaré mis inquietudes, mis miedos, mis pesadillas, y voy a combatirlos con todas mis fuerzas para cambiar su sentido, para perdonar las causas y para olvidar las consecuencias... Buscaré en mi interior y recuperaré aquel encanto que me enamoró de mi hombre. Hablaré con él, dialogaré tantas veces como sea preciso. Le explicaré que en el amor nadie puede vivir de renta y que en una pareja deben implicarse siempre los dos. Le recordaré que si descuidamos un jardín, si entre todos dejamos de regarlo y abonarlo, las plantas irán dejando de florecer y el verde ya no será tan verde, y los colores irán volviéndose grises avisándonos de su pronta desaparición. No puedo esperar al terrible ultimátum, no puedo dejar que se siga apropiando de mí la sensación del “ya no puedo más”, ya que entonces quizás descubra que no existe vía de retorno. Debo aceptar que ya aprendí a ceder e iniciar el aprendizaje de la exigencia sin miedo, porque si lo hago a la vez con paso firme y dulce, a la vez con actitud tierna y enérgica, a la vez con amor y con orgullo, mi voz quizás volverá a ser escuchada y nuestra unión podría recuperar la confiada esperanza, y nuestro caminar podría conseguir lo que empieza a ser ya un urgente reto: coordinar su paso con el extraordinario ritmo que marcan dos corazones cuando logran unir sus latidos. Lo intentaré, lucharé, me implicaré y pondré de mi parte todo lo que hay que poner para solucionar esa vida que tanto me inquieta.
Si lo consigo seguro que habrá valido la pena. Si fracaso deberé empezar a pensar en rendirme y en buscar la paz en la rotura. Si llega el temido caso, nadie, ni yo misma, podrá echarme en cara que no perseveré en el intento de salvar mi matrimonio y mi actual vida...




Su hijo mayor se ha despertado. Debe levantarse ya para hacerle el desayuno. Rápidamente esconde el papel bien arrugado en su mano y se dirige a la cocina. Abre la nevera y busca lo necesario para un buen bocadillo. Metida ya de lleno en la rutina, sin darse cuenta, ha tirado el papel en la basura cuando escuchaba a su marido entrar por la puerta...: “¿Qué, una hora y media para comprar el diario? ¿Qué has ido en metro?...” En la basura, como tantas otras, yacen las intenciones. Demasiado a menudo es más cómodo mantener las crudas realidades que procurar condimentarlas a nuestro gusto. ¿Será porque tememos que con el aderezo se nos agríe la vida? Pero, y si se descompone, ¿no acabaremos desechando algo ya caduco?

La angustia del desamor: Si la vida se apaga...

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(sigue texto)

Si la vida se apaga siempre hay una vela para encenderla.
La tela del destino no se paga llorando y es de cretino suspirar por una perla perdida cuando mil joyas guindan seguro aún nuestro existir.
El futuro no puede ser vil de antemano y en las boyas que marcan el camino debemos atar las naves que brindan las claves del sobrevivir.
En la mano tenemos el poder de cambiar las cosas que no marchan y de ocasionar aquello que no sucede.
Bello será vivir si en el creer lo ideamos así y si en nuestro subsistir pensamos en positivo, bello será estar vivo.
En las fosas donde caímos hallaremos lo que se nos esconde, incluso lo que perdimos, toparemos con lo que nos puso aquí: para amar nacimos y a amar nos fuerza la vida.
Aquel que extraviado en su egoísmo no ejerza su obligación, con su querida ambición producirá un seísmo para el verdadero significado de su nacimiento y aunque lo conquiste todo no evitará hundirse en el lodo del desaliento, confundirse en una borrosa nebulosa vacía de sentido.
Pues no viste la seda con vestido roto, y si ponemos coto al amor con él se veda nuestra alma.
Porque el cable que nos une al cielo del bienestar no se empalma con posesiones sino con el ardor del vuelo de una sonrisa cariñosa, con el cantar sin prisa de las canciones que en su prosa ensalzan el duelo de los afectos.
Y si con nuestros efectos personales no se calzan las pasiones, banales serán las emociones si no les damos salida. Dejemos pues, que hable el corazón, que acune cantando la brida de toda razón.
Y esperemos. Pues si andamos la vida mimando más el querer que el tener vendrán seguro los fechas en las que las cosechas conviertan el duro sobrevivir en el elixir con el que se despiertan los más grandiosos momentos, aquellos en los que los odiosos tormentos decoran su tristeza con la pureza de bellos sentimientos que adoran nuestro existir.
Pero debemos ir con cuidado de no engañar nuestros intentos con impostores amores, de no empañar nuestro querer con aprovechado interés.
Pues no es de recio saber que en el quedarnos contentos se alimente el amor y necio será contentarnos con poseer la flor si no aprendemos a componer la norma que modele su hermosura, que sustente su valor. Porque amar no es conservar y en la horma del estimar no cabe el recibir sin dar.
Y no sabe el cariño pastar sin ternura, la misma que das a un niño.
Y no sabe el cariño pedir si no ofrece.
Y suele pasar que el abandono el sentir no mece y un día descubrimos que nos faltaba el abono y la melodía que nos unía ha dejado de sonar.
Y sufrimos un cisma, por no haber luchado aquel querer que aderezaba nuestra supervivencia perdió la paciencia y se fundió.

Proyecto Impresiones: Educación Emocional / Colección Citas

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Duelo de desamor: Réquiem por un amor que debía morir...

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El video en YouTube...





La posesividad: Fiorella y Picarello...

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(SIGUE TEXTO)
Fiorella decidió desde un principio que iba a amar a ese pájaro y con el cuidado mimo se fue ganando su confianza hasta que consiguió sentirse de verdad correspondida. Picarello, que así loe llamó, tardó un tiempo en vencer sus miedos pero al final se rindió: se dejaba acariciar, coger, cepillar, comía de su mano y la saludaba siempre, cuando llegaba, con unos preciosos y alegres cánticos que a ella lea llegaban al alma… A los tres meses ya salía de la jaula, daba pequeños paseos por su habitación y se posaba en su hombro, o se acurrucaba en su mano y la picoteaba muy suave, muy tiernamente. Era su querida mascota, su amado pajarillo, y para Fiorella eso significaba mucho más que tener un rico y preciado tesoro.

La niña no recuerda cuáando empezó todo. Habían pasado dos años y las cosas habían cambiado mucho… Aquella maravillosa relación ahora se había vuelto angustiante. Una tristeza monumental y una inevitable distancia se habían instalado en los cada vez menos frecuentes contactos que mantenía con Picarello… Quizás fue aquel terrible día… Alguien había dejado la ventana de la habitación entreabierta y el pajarillo, en su cotidiano paseo, lo descubrió y salió… Salió al libre aire y voló por el infinito espacio. Fiorella se asustó mucho, su espera fue terrorífica: su pajarillo podía perderse, podía ser devorado por cualquier hambriento palomo, podía… Pero Picarello regresó, pasada una hora y media volvió a casa y, agotado, se tumbó en el regazo de su amiga y buscó sus mimos con más anhelos que nunca.
Esa fue su primera escapada. Luego vivieron muchas otras. La niña entendió que siempre iba a volver y supo percibir la felicidad que esos vuelos a la libertad implicaban para su amiguito y no podía negárselos: era ella misma la que, cuando sentía que el pájaro lo buscaba, le abría la ventana.
Pero no, en verdad todo empezó otro día… Fiorella, aunque no quisiera admitirlo, lo sabía… Fue al regresar de uno de sus viajes cuando Picarello se posó encima de su mano y empezó a cantar… Estaba feliz, increíblemente alegre… ¡Más que nunca! La niña, al verlo así, al principio también se puso muy contenta, pero luego empezaron las dudas… ¿Qué o quiéen loe había puesto tan contento? ¿Habría quizás conocido una bella pajarita? ¿Quizás otra niña? La incertidumbre la atacó y los celos de lo desconocido la forzaron a grabar con un "es mi pajarillo" una desconfianza que no le dejaba otra opción: ¡Nunca más!
Y la ventana se cerró para siempre. Picarello seguía saliendo de la jaula y buscando el cariño de Fiorella, pero en sus paseos por la habitación no cesaba de lanzarse contra el cristal de la ventana. ¡Cuáantas más ganas mostraba de salir más firme era la decisión de no dejarlo! Y así siguieron hasta que un día el pájaro, en uno de sus choques contra el transparente muro que le impedía salir, se hizo tanto daño que quedó medio inconsciente… Y la niña tuvo que pararlo: antes de sacarlo de la jaula le ataba a una de sus patitas un fino hilo de seda y finalizó con sus impetuosos vuelos hacia la libertad.
Fiorella seguía acariciándolo, besándolo, abrazándolo,… Intentó mimarlo más que nunca y no entendía la indiferencia que recibía a cambio, no podía comprender la tristeza que embargaba a su estimado amigo… Y un día lo agitó con fuerza y le chilló: "¿Qué más quieres? ¡Yo te doy todo lo que necesitas! ¡Pajarraco desagradecido!" La respuesta fue clara y contundente: un picotazo en la mano que la hizo sangrar…
Picarello no salió más de la jaula. Ahora tenía lo justo: comida, agua y limpieza. Lo justo y poco más: algún saludo de vez en cuando, muchas recriminaciones,... Picarello ya no cantó más, la melancolía y la rabia se lo impedían. Si hubiera podido hablar quizás se hubiera arreglado todo. Si hubiera podido le habría contado a su amiguita que se sentía prisionero, que necesitaba sus escapadas simplemente para tomar aire, para descubrir el mundo, ese mundo que nunca podía limitarse a una habitación, a una morada por muy cálido que eso fuera, ese mundo que no podía cerrarse en una sola relación. Si hubiera podido le hubiera dicho a Fiorella que sí, que había conocido otros pájaros, que incluso había flirteado con alguna hermosa pajarilla, que también se había posado en otros hombros y se había dejado acariciar por otras manitas, pero que nunca nadie le había dado lo que ella le ofreció tan intensamente: ella era única para él y su amor era el más especial, el más deseado, el más querido… Su vuelta a casa después de cada viaje era una vuelta al hogar, al amparo del amor y a la seguridad, a la armonía que conlleva. La inmensa alegría que había mostrado aquel día al retornar no se debía a lo que afuera había encontrado, venía únicamente motivada por lo que reencontraba.
Pero Picarello no sabía hablar y Fiorella no podía entender algo que debería estar muy muy claro: si le cortas las alas a tu amor, si le privas de la libertad, si pretendes encadenarlo a ti, no vas a conseguir mantenerlo, más bien lo contrario, obtendrás su alejamiento. El miedo a perder es normal y hay que luchar contra la desconfianza que produce. Si no sabes, puedes acabar siendo tú quien provoque lo que más temes.


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