En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento
Albert Einstein

Crisis matrimonial: Vanas intenciones...

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(sigue texto)


Hace tiempo que vive con ganas de llorar. Se siente impotente y poco a poco va percibiendo como su rendición ante la vida se va aproximando peligrosamente. El psiquiatra, las píldoras para dormir, las pastillas que deberían frenar su ansiedad, el yoga... ¿De qué le va a servir tanto hipotético remedio si aquello que pretende adormecer sigue empeñado en despertar? Puede seguir distrayendo sus impulsos soñadores, apaciguando sus ilusiones, pero, ¿cuánto tiempo podrá resistir? Su vida se le aparece como un oscuro callejón sin salida. En su valoración de sus posesiones se repite una y otra vez que no le falta nada, pero aquel instinto de supervivencia que nace en la fuente donde las emociones quieren emerger continúa afirmando que le falta todo. Su matrimonio no se parece en nada a lo que era, a lo que debería ser, a lo que ella siempre imaginó que sería. El diálogo que mantiene con su marido marca su línea de profundidad en la superficialidad de las cosas cotidianas. Él también parece desconcertado, asustado, y ella tiene la sensación de que cada día busca más sentirse protegido y seguro en su trabajo. Incluso diría que alguna vez ha buscado la despreocupación con pequeñas aventurillas sexuales con alguna compañera de su empresa. Pero solo diría, porque ahora mismo, aunque quisiera saber, no se atreve a preguntar. De momento prefiere contentarse con aquellos aperitivos, aquellos apretujones de tetas que de vez en cuando despiertan un apasionado acto sexual que, aunque sigue conllevando el extasiado goce, cada vez se asemeja menos a aquel añorado hacer el amor que en el relleno de su cuerpo sabía rellenar también su espíritu. Sus hijos tampoco parece que salgan ilesos del desequilibrio que en su madre aflora tan claramente. Perdidos en el miedo de la inseguridad se muestran inquietos, nerviosos, agresivos... A veces piensa que han establecido una celosa lucha por tener prioridad en la posesión de aquello que creen inalcanzable. El amor maternal es inmenso, eso no se puede poner en duda, pero su palpable tristeza y su sensible nerviosismo quizás lo convierte en menos sentido, en algo que con la borrosa niebla de una crisis de autoestima se va volviendo lejano y ansiosamente inalcanzable.
Hoy se siente especialmente aturdida. Le cuesta levantarse de la cama. Su marido marchó hace rato a comprar el diario y los niños siguen durmiendo. Hoy es fiesta y puede holgazanear tanto como le apetezca. Aunque debería empezar a preparar los desayunos decide dar otra oportunidad al tiempo perdido. Por la noche tuvo un sueño y no puede recordarlo. Pero fuera cual fuere, le ha dejado una apacible sensación. Siente ganas de meditar y se siente empujada a hacer algo en ella poco común. Quiere escribir. No sabe qué pero necesita escribir. En la mesita de noche, recuerda, hay una vieja libreta... Sí, allí está. ¿Habrá también algún lápiz? Sí... Y entonces ella, echada aún en su cama, decide gastar su pereza en aquello que le está apeteciendo muy mucho... Y escribe...




Siento que debo abrir ya la puerta de mis sentimientos y escribir. Tengo que sacar todo lo que tengo adentro y escribir. Dejaré que las palabras broten y no me voy a preocupar ni de las faltas ni de la estética de aquello que resulte, porque estoy convencida de que si consigo usar la tinta de mis verdaderas emociones, las letras se unirán con los acordes de mi esencia y solo podrán componer bellas canciones. Buscaré una estrella que me proteja y aprenderé a hablar con ella. Descubriré de nuevo la belleza del cielo y de la Tierra y abriré mis sentidos para poder percibir otra vez aquellos olores, aquellos sonidos, aquellas caricias que algún día me emocionaron. Buscaré una música, una melodía que sepa acunar mi alma, que consiga despertar mis anhelos y la escucharé tantas veces como sea necesario, como quiera... La haré mía y utilizaré sus notas, su hermandad, para levantarme la moral. Aprenderé a mirarme en los ojos de mis hijos y podré comprobar, seguro, que en verdad soy aquella maravillosa mujer que siempre quise ser. Contemplaré entusiasmada cada día la excelencia de mis frutos y descubriré cuan importante y grandiosa llego a ser. Debo volver a buscarme en el espejo mirándome directamente a los ojos. En ellos debe aparecer la magia que me hace única y preciosa: mis recuerdos, mi dulzura, mi fuerza interior, mis sueños y mis ansias de amar y ser amada, mi inseguridad y mi inocencia, mi particular sensibilidad...
Soy especial y ello me hace hermosa, muy hermosa... Mis cabellos, mi piel, mi rostro, mi espalda... todo mi cuerpo, incluidas aquellas imperfecciones que la moda de turno me obligó a detestar, todo es una prolongación de esa encantadora persona que seguro se esconde en mí. La recuperaré y, no voy a dudarlo, para mí y para todos aquellos que me conozcan y me quieran volveré a ser bella, muy bella. Lucharé sin rendirme nunca para recuperar todos aquellos equilibrios que mi familia requiere. Para mis hijos eso va a ser esencial, pues todo aquello de bueno que hoy pueda darles compondrá una gran parte del equipaje que el día de mañana contribuirá a marcar su destino. No voy a negarme más la rabia, no disfrazaré mis rencores de mentiras. Aceptaré mis inquietudes, mis miedos, mis pesadillas, y voy a combatirlos con todas mis fuerzas para cambiar su sentido, para perdonar las causas y para olvidar las consecuencias... Buscaré en mi interior y recuperaré aquel encanto que me enamoró de mi hombre. Hablaré con él, dialogaré tantas veces como sea preciso. Le explicaré que en el amor nadie puede vivir de renta y que en una pareja deben implicarse siempre los dos. Le recordaré que si descuidamos un jardín, si entre todos dejamos de regarlo y abonarlo, las plantas irán dejando de florecer y el verde ya no será tan verde, y los colores irán volviéndose grises avisándonos de su pronta desaparición. No puedo esperar al terrible ultimátum, no puedo dejar que se siga apropiando de mí la sensación del “ya no puedo más”, ya que entonces quizás descubra que no existe vía de retorno. Debo aceptar que ya aprendí a ceder e iniciar el aprendizaje de la exigencia sin miedo, porque si lo hago a la vez con paso firme y dulce, a la vez con actitud tierna y enérgica, a la vez con amor y con orgullo, mi voz quizás volverá a ser escuchada y nuestra unión podría recuperar la confiada esperanza, y nuestro caminar podría conseguir lo que empieza a ser ya un urgente reto: coordinar su paso con el extraordinario ritmo que marcan dos corazones cuando logran unir sus latidos. Lo intentaré, lucharé, me implicaré y pondré de mi parte todo lo que hay que poner para solucionar esa vida que tanto me inquieta.
Si lo consigo seguro que habrá valido la pena. Si fracaso deberé empezar a pensar en rendirme y en buscar la paz en la rotura. Si llega el temido caso, nadie, ni yo misma, podrá echarme en cara que no perseveré en el intento de salvar mi matrimonio y mi actual vida...




Su hijo mayor se ha despertado. Debe levantarse ya para hacerle el desayuno. Rápidamente esconde el papel bien arrugado en su mano y se dirige a la cocina. Abre la nevera y busca lo necesario para un buen bocadillo. Metida ya de lleno en la rutina, sin darse cuenta, ha tirado el papel en la basura cuando escuchaba a su marido entrar por la puerta...: “¿Qué, una hora y media para comprar el diario? ¿Qué has ido en metro?...” En la basura, como tantas otras, yacen las intenciones. Demasiado a menudo es más cómodo mantener las crudas realidades que procurar condimentarlas a nuestro gusto. ¿Será porque tememos que con el aderezo se nos agríe la vida? Pero, y si se descompone, ¿no acabaremos desechando algo ya caduco?

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